Desde Buenos Aires, Veronica Smink, de BBC Mundo cuenta por qué hoy conviven “dos Argentinas”: la de los restaurantes repletos y la fiesta del consumo y la del 30% de ocupados pobres.
El supermercado de mi barrio solía abrir a las 8 de la mañana todos los días, pero hace semanas empecé a notar que abría cada día más tarde.
Frustrada por este retraso, un día le reclamé a la cajera por la impuntualidad.
“Es que antes de abrir tenemos que actualizar los precios de los productos que aumentaron, y cada día son más largas las listas de lo que tenemos que remarcar”, me explicó, disculpándose.
Encontrarte con precios más caros cada vez que sales a hacer las compras es una de las consecuencias de vivir en un país con más del 70% de inflación por año, una de las más altas del mundo.
Este problema no es nada nuevo para los argentinos.
Mientras que en otras partes del mundo se horrorizan porque el costo de vida alcanzó el 10%, como consecuencia de la pandemia y la invasión rusa de Ucrania, en este país sueñan con tener esas cifras.
Aquí desde hace una década que la inflación anual no baja del 25%, y en los últimos años ese número se duplicó.
Sin embargo, nada se compara con lo que se está viviendo este año, en el que los problemas internos, ahondados por los problemas externos, han llevado a una aceleración de la inflación que no se veía desde la crisis de 2001-2002, que dejó a más de la mitad de la población en la pobreza.
Desde marzo que el país viene registrando alzas mensuales de precios por encima del 5%.
En julio llegó al 7,4%, la cifra más alta de las últimas dos décadas, y la mayoría de las consultoras estiman que en agosto rondó el 6,5%.
Este es el motivo por el cual en las últimas semanas las maquinitas para remarcar precios no dan abasto.
Pero lo peor es que pocos prevén que la situación desacelere. Por el contrario: el último Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central indicó que se espera un 90% de inflación para fin de año.
Y varios consultores privados creen que la cifra podría llegar a los tres dígitos.
Sin “anclas”
Incluso quienes tenemos mucha experiencia conviviendo con la inflación perdemos la brújula con este nivel de alzas.
Y es que una de las consecuencias más perjudiciales de tener una inflación tan alta es que ya no se tienen lo que los economistas llaman “anclas”, es decir, referencias de precios.
Los comerciantes van aumentando sus valores de acuerdo con el costo que ellos estiman tendrán que pagar a fin de mes para reponer ese producto. Algunos aumentan de acuerdo con la inflación del mes previo. Otros asumen que el alza será mayor.
Y no faltan los que aprovechan la confusión generalizada para lucrarse, ampliando sus márgenes de ganancias.
Por otra parte, hay sectores que sufrieron fuertemente durante la pandemia, como el turismo, la gastronomía y los negocios de ropa, que aprovechan la reactivación y la necesidad de muchos de volver a la normalidad para imponer fuertes aumentos que les permiten recobrar un poco de lo perdido.
Lo que esto ha generado es una distorsión de precios que hace que los consumidores ya no sepamos lo que deberían valer las cosas.
“El otro día compré un par de zapatillas infantiles online y pagué $13.000 (unos US$90 al dólar “oficial” o US$45 al paralelo), lo que me pareció caro”, me comentó en el fin de semana Yanina, una amiga que es docente y que no sabía si había hecho una buena o una mala compra.
“Después fui al supermercado y gasté casi lo mismo solamente en la compra semanal”, me dijo.
La confusión es aún mayor si toca pagar por un servicio, desde contratar a un plomero o electricista para arreglar un desperfecto en la casa a ir a pintarse las uñas o llevar al auto al taller.
Uno no tiene la más mínima idea de lo que le puedan llegar a cobrar. ¿Me costará 3.000 pesos? ¿$5.000? ¿O $10.000?
Es imposible saber qué es caro y qué es un precio razonable, porque no hay contra qué comparar.
EL DEBER//
Cómo la inflación del 70% en Argentina está generando a la vez un boom del consumo y un aumento de trabajadores pobres

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- Hace 1 mese